miércoles, 27 de julio de 2011

LA PRESENCIA DE DIOS EN NUESTRA ORACION


Donde estas mientras estas orando en un santuario que la iglesia considera más famoso, estar parado al lado del pequeño cerro llamado Calvario y orar allí, ir al monte de los Olivos y arrodillarse en Getsemaní, no necesariamente nos pone en la presencia de Dios.  El fariseo subió al templo a orar (Lucas 18.10), sin embargo, evidentemente, no oró “en la presencia de Dios”. Incluso en el templo, el fariseo no encontró el lugar deseado. Oró en base a su propia estima, pero el hecho de que dejó el templo sin ser justificado era evidencia de que o bien no había orado en absoluto, o que no había orado en la presencia de Dios. Hay que estar seguro en que la oración que quieres que llegue a Dios las hagas de corazón y en su presencia, porque podemos estar en el centro mismo de la reunión de oración y no estar “delante de Dios”. Orar en la presencia de Dios es un asunto más espiritual que el mero hecho de mirar hacia el este o hacia el oeste, o ponerse de rodillas o entrar en paredes consagradas durante siglos.

Este lugar “delante de Dios” puede encontrarse en la oración pública. La oración de Salomón fue ofrecida en medio de una gran multitud. Los sacerdotes estaban en sus lugares, y los levitas se mantuvieron donde les correspondía. La gente estaba reunida y todos los ejércitos de las tribus de Israel estaban en las calles de la ciudad santa cuando Salomón se arrodilló y clamó con toda su alma a su Dios. Es evidente que Salomón no oró para agradar a la gente ni para impresionarla con su lenguaje elocuente y maravillosa oratoria. Salomón estuvo inspirado para orar delante de Dios. Aquellos que oran en público debieran esforzarse diligentemente por ser vistos por Dios en secreto mientras los hombres oyen en público.

 Si pudiéramos aislar nuestros ojos, nuestros recuerdos y pensamientos de la presencia de los demás, estaremos realmente orando en presencia de Dios, y eso se puede hacer en público si Dios nos da la gracia.  La oración delante de Dios puede también ofrecerse en privado, aunque temo que la verdadera oración con frecuencia no se realiza tampoco allí, porque se convierte un poco rutinaria y familiar. En cuando estamos orando en privado se encuentra uno mismo repitiendo palabras espirituales mientras corazón está en el limbo esperando sentir esa presencia pero no la encuentra al ser una rutina.

Es esencial que nos esforcemos en la oración para llegar a la presencia de Dios. Podemos afirmarlo de la siguiente manera: Usted no ha orado bien si ha hablado con Dios como un hombre habla con su amigo. Si usted está tan seguro de que Dios está ahí, tal como lo está usted, y tal vez aun más seguro; si usted permanece en él, y él está en usted; y si usted le habla como a alguien a quien no puede ver pero sí percibir mejor que con la vista, ha orado bien. Si le habla como a alguien a quien no puede tocar con la mano pero puede sentir con su naturaleza interior, sabiendo que lo escucha y recompensará su diligente búsqueda, eso es orar y rogar ante un Dios vivo que siente y es movido por lo que usted siente. Nuestra oración debe ser: “Señor, abre mis labios, y publicará mi boca tu alabanza” (Salmo 51.15).

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